Ser el Rey del país donde la envidia es cosa intrínseca por naturaleza es difícil. Pero además serlo con la proclamación desviada de la sensación de "medio-estorbo" promovida por los desmanes de los periféricos federalistas y promulgadores de independencias sustentadas en educación adoctrinadora de sus verdades históricas es, un autentico desafío de comunicación. La casa real no ha tenido más remedio que darle la razón a su Alteza Real; tiene su Majestad razón. Ha llegado la hora de confesar que se ha equivocado. Se ha equivocado en irse de "cacería". Es un momento histórico para la nación. Está siendo azotada por la especulación. La deuda soberana, la expropiación de Repsol, los batacazos de los valores en bolsa, las reformas que recortan el estado de bienestar, la crispación social, el desconcierto de los valores humanos y la deformación de la ética y la moral de un país. Y va usted y se va de cacería. Pues ciertamente si existe un estado formal que pueda alentar a la cordura de lo no electoralista es usted, que posee su cargo a titulación vitalicia. Y es precisamente esta condición y la lectura de los poderes (judicial, ejecutivo, legislativo y periodístico) hacia usted lo que anhelan la clase política, o ciertamente algunos elefantes de la clase política; que no se sustenta consuelo en ser presidente (ni del congreso, ni del gobierno, ni del partido, ni de una fundación). La ambición no tiene freno, y su puesto es envidiado, pues no es más estupendo el estar "forrado" para uno y para su casta, sino tener la impunidad, y el poder arrodillado al antojo de respeto que usted así, tácito a promulgado. La simple idea formal que le recorre a un progresista paseando por París, se revuelve contra usted cuando cruza la frontera. Lo ideal de los estados mafiosos es recortarlo, descentralizar, porque es aquí donde la estructura atrofiada del clientelismo perfecciona la entrada de capitales en beneficio propio. La federación de España entra por la condición republicana, pero además es orientada por el extremo opuesto de la derecha. Y sabe usted que cuando la condición de los extremos se alinean a favor de una condición, España arde. Y condición era que usted y su Casa Real pagasen la deuda de la clase política, que es: partidista, clientelar, mafiosa, sin valores humanos, sin moral y sin ética. Además de sinvergüenzas. Porque hay que tener muy poca vergüenza para hacer lo que hacen bajo el amparo del " y tu más".
Pues ciertamente he de comentar, que al pronunciar su disculpa, decir que se ha equivocado, que lo siente, y pedirnos perdón, ha abierto usted Majestad una linea formal que conlleva un daño y un beneficio. El daño será que, como niños malcriados que somos sus súbditos, nos hemos creído lo de la igualda y los derechos, pero no hemos querido aprender las obligaciones ni la responsabilidad, y esto lo han querido así los políticos para hacer de sus actos impunidad. Así que sus disculpas le confieren una nueva responsabilidad formal. El beneficio y de aquí mi admiración de nuevo a usted, es que ha posicionado a los que ostentan responsabilidad a disculparse y ser honestos. Y ya no hay marcha atrás. A abierto usted la vía formal de la honestidad. A refendado usted con su actuación que no es la intención de equivocarse, sino la acción de conocer que la responsabilidad de una posición conlleva aparejada unos valores ha responder ante la sociedad. Hacerse responsable de las decisiones es lo que falta para poder salir de esta crisis. Y a todos los niveles, empresariales, políticos e institucionales. Lo hace usted sacrificando su impunidad Real y la ofrece como sacrificio de un bien común para España: retomar los valores de los grandes líderes.
No puede ser que con la responsabilidad que asiste día a día a las familias, a los padres y madres que se comprometen con sus obligaciones y soportan sobre sus hombros el peso de la irresponsabilidad demostrada de empresarios, políticos e instituciones quede impune. Su impunidad la ha sacrificado usted en favor de su pueblo, y por eso Majestad no me hace usted monárquico pero sigo siendo Juan Carlista.
Perdonado y gracias.